Erickson: Esto me recuerda el caso de otra paciente que vino a verme. Llamémosla Mary. No la había reconocido. Mary se había levantado en mitad de la noche; no quería despertar a los niños y se había tragado una buena cantidad de jarabe para la tos de un frasco en el que descuidadamente había puesto lejía.
Reaccionó a la hospitalización, al terror provocado y a los daños causados desarrollando un grave estado psicótico con un profundo retiro. Había estado ingresada en el Arizona State Hospital. Su peso normal era de unos 55 kilos. Le habían puesto una sonda en el estómago para poderla nutrir y darle fuerza para que pudiese afrontar la operación de reconstrucción del esófago. Estuvo casi seis meses en el hospital asumiendo 4000 calorías al día: profundamente deprimida, pasiva, esquizoide, sometida visiblemente a alucinaciones. A pesar de las 4000 calorías diarias su peso apenas superaba los 40 kilos.
Un rábano fresco: curando a la paciente
Así que cuando entré a formar parte del equipo del Arizona State Hospital me encontré con Mary, que estaba allí ingresada. Toda aquella historia no me gustaba, y entonces me ocupé yo de su alimentación: la alimentación con la sonda.
La reduje a 2500 calorías, más que suficiente para reponerle fuerzas. No era más que una pérdida de tiempo pedirle a su cuerpo el esfuerzo necesario para digerir 4000 calorías; eran bastantes 2500 para su peso de 40k. Veamos, creo que una de las primeras cosas que hice fue procurarme un rábano fresco. Le expliqué a Mary que, antes de nutrirla, le pondría en la boca un trocito de rábano -comprended, ella no podía para nada tragar- y ella lo masticaría.
WEAKLAND: ¿Pero era capaz de sentir el olor y el gusto, y de masticarlo?
E: Sí. Y antes de cada nutrición con la sonda, le daba chicle, salsa picante, catchup, canela, clavos.
W: Lo que la estimulase.
E: Lo que normalmente da inicio a un proceso de digestión. Mary volvió rápido a los 55 kilos. Luego fue enviada a un hospital general para la reconstrucción del esófago. Cuando salió, yo había dejado el Arizona State Hospital para ejercitarme privadamente aquí. Unos tres años después dijo que no podía aguantar más y que debía volver a ver a aquel doctor. Examinamos su adaptación social, la conyugal y familiar, y la adaptación a la operación. Después volvimos al problema de la alimentación, con todo aquello que le había dicho cuando le suministraba el chicle o la canela. Se había puesto el empeño de cocinar con los hijos para enseñarles a apreciar la comida.
Obligarla a masticar
¿Veis cómo de simple fue su tratamiento? Las calorías no eran una respuesta. Era necesario obligar a la paciente a masticar: el chicle y aquel rábano picante que quemaba. Una paciente completamente pasiva, con una experiencia de meses y meses de pasividad. Por ello inicié el tratamiento con algo que era absolutamente claro que habría escupido. Pero que habría disfrutado. Me aseguré de hacerla conseguir hacer cualquier cosa.
Quería hacerle usar la boca en conexión con la alimentación con la sonda. Uno debe usar bien la boca cuando recibe un buen trozo de rábano, fresco y fuerte (Risotada). Y al mismo tiempo se la alimenta con la sonda. En lugar de limitarse al papel pasivo de dejarse alimentar, ella se estaba haciendo muy activa con la boca, que está vinculada con el estómago. Después, naturalmente, le habría podido dar cualquier otra cosa y si hubiese mostrado una mínima tendencia a recibirla pasivamente siempre habría tenido otra que la estimulase más a la acción.
Los enfermeros pensaban que era un poco tantear, hasta que vieron que la paciente comenzaba a ganar peso. Ya veis de qué forma se puede hacer participar: haciendo algo.