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La profecía que se autorrealiza como truco

La manera más eficaz de oponerse a las maniobras de un hábil estratega es conocer sus trucos y artificios. Si conozco el principio de la estratagema usada por mi adversario puedo iniciar el contragolpe.

Pero existe una nueva revelación: declarar con anticipación el efecto que se quiere provocar, como si lanzáramos una profecía o un sortilegio. La estratagema revelada se convierte, así, en una especie de anatema que sugestiona al adversario. Él tratará de oponerse a los efectos, conocidos, pero ahora profetizados por la estratagema. El enorme esfuerzo por controlar las propias reacciones le conducirá a la pérdida de control.

En efecto, la tensión del control conduce al bloqueo total: el contendiente, en el esfuerzo de contrarrestar la profecía sufrida, la realiza.

El mito de Edipo

La tradición griega nos ofrece una espléndida imagen de este proceso con el mito de Edipo. La historia comienza con la terrible profecía anunciada a Layo, rey de Tebas, en el oráculo de Delfos.

El oráculo le dice que será asesinado por su hijo, quien yacerá con su madre. Layo, para escapar de la profecía, abandonó a su hijo en el monte Citerón con los pies atados. Un pastor le encontró, le llevó a su casa y le llamó Edipo.

Muchos años después, éste se convenció de que no se parecía en nada a sus padres y decidió dirigirse a Delfos para consultar a la Pitia, que le profetizó que mataría a su padre y yacería con su madre. Edipo, aterrorizado, huyó.

En un cruce, a las afueras de Tebas, se topó con Layo y durante una discusión lo mató. Tras derrotar a la Esfinge -que desde hacía años mantenía como rehén a la ciudad de Tebas-, Edipo se convirtió en rey de su verdadera ciudad y tuvo como mujer a la reina, Yocasta, su madre.

La tragedia se cumplió precisamente gracias al esfuerzo de Layo por anularla.

La profecía que se autorrealiza o la pérdida de control

Analicemos el principio básico de este artificio: está representado por el paso de una lógica del engaño escondido a la de la profecía que se autorrealiza. El artífice de la profecía debe ser muy buen comunicador, puesto que debe inducir la duda (o la creencia) de que el sortilegio puede realizarse. Esto conduce a las reacciones descompuestas y frenéticas que, incrementando la inseguridad, acaban por confirmarlo (…) La profecía se autorrealiza.

Lo mismo ocurre con la interacción entre un experto hipnotizador y un sujeto esquivo. A éste se profetizará que será precisamente su resistencia la que le hará manifestar las señales de trance hipnótico a punto de producirse: el levantamiento espontáneo de una mano o el entumecimiento de un brazo. El sujeto esquivo, en el intento de controlar la situación, tratará de escuchar y sedar hasta la más mínima reacción. Pero precisamente esto le llevará a sentir las señales profetizadas, que en realidad son realizadas por él mismo. En este punto, la suerte ya está echada, bastará continuar en esta dirección para que la caída en trance se produzca rápidamente.

Como sostenía Protágoras, “con el interlocutor hábil se debe hacer más fuerte el argumento más débil.”

(De “El arte de la estratagema. O cómo resolver problemas difíciles con soluciones simples. Giorgio Nardone. RBA Integral)

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