Así nos explica Giorgio Nardone estas psicotrampas:
Entre los errores de valoración, el más humano -aunque no en exclusiva, porque también se observa entre los animales más evolucionados-, es decir, el de sobrevalorar a las personas que amamos, como los hijos, la pareja o los amigos, es, sin duda, el más extendido. Sin embargo, su opuesto se tiene menos en cuenta, quizá por ser menos útil a pesar de ser aún más frecuente: infravalorar a quien no nos gusta y a quien rechazamos.
¿Cuántas veces decimos acerca de alguien a quien despreciamos: “Ha tenido éxito solo porque lo han ayudado, lo han recomendado, o porque se ha vendido o pertenece a quién sabe qué asociación secreta o secta?” Mientras que si se trata de alguien a quien apreciamos decimos: “Sí, lo han ayudado, pero se lo merecía, ha puesto de su parte, solo le han dado un empujoncito“. En una misma situación usamos dos varas de medir según la relación que tengamos con el sujeto en cuestión. Éste es solo un pequeño ejemplo cotidiano de la tendencia a ser miopes o incluso ciegos con las personas que están en nuestro entorno. Con los que están lejos o son diferentes a nosotros, sin embargo, somos crueles e inhumanos.
El gen egoísta
Los sociobiólogos explican este fenómeno como el resultado de un “gen egoísta” que nos induce por naturaleza a proteger todo lo que nos resulta familiar en sentido genético.
Aplicada esta psicotrampa de infra o sobrevalorar a nosotros mismos, los efectos son todavía más graves. Intentemos dar una explicación racional al hecho de que mujeres guapísimas, convencidas de sus defectos, se someten a repetidas operaciones de cirugía estética convirtiéndose en muchos casos en auténticos monstruos. O bien pensemos en cuánta gente, al sobrevalorar sus dotes de piloto, esquiador o saltador de trampolín, acaba provocando un accidente. O en aquellos que, al sobrevalorar sus talentos, insisten en seguir una carrera en la que jamás tendrán éxito.
Consecuencias patológicas
Hace más de treinta años leí por primera vez un artículo de John Weakland, uno de los grandes maestros de la psicoterapia breve, en el que el autor explicaba que la mayoría de los problemas que conducían a psicopatologías invalidantes era atribuible a la tendencia a sobrevalorar o infravalorar la realidad. No hay nada más simple que la evidencia del autoengaño, del que somos primero artífices y luego víctimas. De esa tendencia a sobrevalorar lo que nos gusta e infravalorar lo que no apreciamos.
Leo Festinger, uno de los más grandes psicólogos del siglo XX, formuló la teoría de la disonancia cognitiva. Con ella nos explica que los seres humanos, una vez tomada una decisión, buscan todas las pruebas que la confirman y evitan todo lo que evidencia una posible falacia. La teoría de Festinger es una variante todavía más sutil de la psicotrampa de la sobrevaloración y la infravaloración.
El autoengaño del que estamos hablando tiene en la mayoría de los casos efectos funestos. Por ejemplo, una persona agresiva sobrevalora la más mínima descalificación recibida y la transforma en una provocación ante la que reacciona con violencia. Por el contrario, una persona benevolente es difícil que perciba las señales de peligro, incluso de personas claramente poco fiables.
Aumentar las perspectivas
Todos nosotros debemos tener presente que más allá de lo que vemos y sentimos directamente hay un mundo entero que no puede ignorarse. Debemos observar desde el mayor número de perspectivas posibles lo que nos concierne de forma cercana. E intentar comprender los motivos de quien es hostil, o de quien no apreciamos, hasta considerarlos razonables. Es el antídoto más potente contra esta psicotrampa. En definitiva, la “sana desilusión” es, sin duda, la actitud más útil para evitar esta psicotrampa.
En palabras de Oscar Wilde: “Para poner a prueba la realidad hemos de verla en la cuerda floja“; solo aquellos que superan esta prueba pueden ser valorados como es debido. Lo mismo puede aplicarse a las valoraciones que hacemos de las personas y de las cosas: primero hagamos lo posible para demostrar efectivamente su valor; hasta entonces, tendremos que suspender nuestro juicio más allá de nuestro amor y de nuestros deseos, dado que éstos son la fuente de los gustos más profundos, pero también de los autoengaños más dolorosos.
Profundiza sobre este tema en el libro "Psicotrampas. Identifica las trampas psicológicas que te amargan la vida y encuentra las psicosoluciones para vivir mejor." de Giorgio Nardone, editorial Herder.