Terapia Ericksonianaestímulos mínimos

Quizá podamos explicar con un solo ejemplo cómo la acumulación de mínimos estímulos puede conducir a una respuesta específica:

Una conversación trivial

El resto de la familia había salido a cenar y yo estaba cómodamente sentado en una silla. Bert, de diecisiete años, se había quedado en casa para hacerme compañía aunque no hacía falta. Bert inició una conversación trivial en la que mencionó el jaleo que había supuesto que todo el mundo estuviese vestido, preparado y con las maletas hechas para irnos al norte de Michigan en las últimas vacaciones.

Después, habló de pesca de cazar ranas y de cocinar las ancas, de una cena en la playa de cómo los niños se las arreglaban para meter arena en la comida y después, de la rana albina y de la cantera abandonada que había descubierto.

Después, habló del caos de sacar todo de los armarios de verano, de los descuidos, de la búsqueda de las cosas que se han perdido, del corretear de los pequeños, de cerrar bien los armarios y de lo hambrientos y cansados que llegamos al Hospital General del condado de Wayne, cerca de Detroit, donde vivíamos.

La sugerencia

En este punto, una vaga idea pasó por mi mente y era la de sugerir a Bert que podría ir a visitar a algunos amigos con el coche, pero se me fue de la cabeza tan pronto como Bert, riendo, me contó cómo a su hermano Lance le gustaba visitar a la abuela Erickson y comer su pollo frito cuando volvíamos de Wisconsin a Michigan.

Le hizo mucha gracia recordar cómo su hermano pequeño Allan divertía a todo el mundo, especialmente a los abuelos Erickson, con su estilo bulldozer de comer, esto es, ponerse el plato frente a la boca con una mano y, con la otra, empujar la comida lentamente hasta la boca.

De nuevo, me vino a la mente la misma idea, pero más claramente: era sugerirle a Bert que tomase el coche y se diese una vuelta con él, pero lo olvidé cuando recordé el comentario de mi padre halagando la eficiencia y velocidad del método de comer de Allan.

La palabra coche

Mientras nos reíamos de esto, Bert mencionó el viaje a la granja de mi hermano y la larga y solemne respuesta que le dio la pequeña Betty Alice (de seis años) a un más pequeño Allan (tres años de edad) a la pregunta de cómo la gallina daba de comer a los pollos (que los mamíferos alimentan a sus crías y las gallinas no son mamíferos).

Mientras nos reíamos de esto, por tercera vez me vino a la mente ofrecer el coche a Bert esa noche, esta vez más claramente, y me di cuenta de la razón de ello. En todas las anécdotas de Bert se viajaba en coche. Y todos esos recuerdos eran plácidos y felices. Aun cuando no había utilizado la palabra coche –lo más parecido que había dicho era empacar, viaje, ir a ver, salir de la cantera, ir a la playa, (…) –ni la palabra llave, por ejemplo –lo más parecido que dijo fue que habían cerrado bien el maletero.

Me di cuenta de la situación al momento y le dije:

La respuesta es no.

Él se rió y dijo:

-Bien, papá, tienes que admitir que ha sido un buen intento.

No lo suficiente pues te he pillado muy rápido. Has abusado de las menciones a los viajes en coche. Deberías haber recordado cuando recogimos el coche del garaje de Ned (…), cuando fuimos a pescar con el coche de Emil, no es el nuestro pero hubiese servido. Para resumir, te has centrado demasiado en nuestro coche, eran viajes placenteros, pero siempre en relación con nosotros. ¿De verdad quieres que te deje el coche?

Su respuesta fue:

No, solo pensé que sería divertido intentar lograr que tú me lo ofrecieras.

¿Telepatía o estímulos mínimos?

Esta conversación informal con esos mínimos estímulos la practicaban el autor y su hijo mayor, a veces el uno al otro, solo como mero entretenimiento intelectual.

Para el observador ingenuo, puesto a creer en la telepatía, el poder de la mente sobre la materia y el dominio de la voluntad del otro, lo descrito hasta el momento podría ser una evidencia de su existencia (solo podría ser así haciendo un uso fraudulento y deliberado de lo expuesto); incluso no se descarta que algún profesor o experimentador poco avezado interprete mal la experiencia porque simplemente pasa por alto los estímulos mínimos que se han dado.

 

(Extraído de aquí)

 

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